dimecres, 9 de novembre del 2011

Mi inseminación (17): Cuando teníamos 20 años...

Esta situación se multiplica por diez cuando después de la boda nos enteramos que están embarazados, porque si nos volvemos a encontrar a la tía soltera y sin hijos tenemos muchos puntos de que, a parte de su cara de pena, nos mire como diciendo:
- Tus óvulos van perdiendo con los años, debes empezar a estar medio seca – esto acompañado de una cara con la nariz fruncida.
Ejemplo en el tema relaciones: nos enamoramos perdidamente de nuestro compañero en la Universidad. Hacemos de todo para que se fije en nosotras, porque somos de la generación de ir directo al grano, pero con “glamour”: cuando teníamos 20 años aún no nos gustaba el “aquí te pillo aquí te mato”. Intentamos sentarnos a su lado en la biblioteca de la facultad, para poder hacer un ligero roce de rodillas y, si ha habido suerte, quedar para ir a la manifestación del día siguiente (la “Mani”), que no tenemos ni idea qué narices se está reivindicando, porque con tanta reivindicación tenemos un poco de embrollo, pero como nosotros nos lo creemos todo y luchamos por todo vamos con los ojos cerrados allí donde se tenga que ir, porque nuestros compañeros también van y nosotros somos (bien, éramos a los 20 años) solidarios y con “compañerismo” escrito en la frente.
Y así llegaba el gran día, y corríamos por las calles del casco antiguo, huyendo de la policía que ni siquiera nos perseguía, para acabar en uno de los famosos bares con reminiscencias comunistas pintadas en las paredes, y poder hacernos el primer beso. Porque esto sí lo teníamos: éramos románticos, pero no como nuestros padres o abuelos, sino románticos de veras, reales. Y esa misma noche nos íbamos a la cama, porqué habíamos hecho una gran labor luchando por lo que creíamos y se tenía que celebrar, y usábamos en presevativo, porque no nos daba miedo el embarazo sino el SIDA, y no utilizar el preservativo sólo formaba parte de los que no habían recibido educación sexual. ¡Ah! Y esto pasaba después de habernos saltado una gran máxima:
- Yo no soy de las que se van a la cama en la primera cita.
Y con este compañero de la Universidad éramos capaces de estar como mímimo un año (¡un año!). Y paseábamos por el barrio, y nos encontrábamos a algún compañero de la escuela de cuando éramos pequeños que estaba casado y con dos hijos, que trabajaba descargando camiones y su mujer de cajera del supermercado y, aunque hubiera sido uno de los mejores amigos en la infancia, ahora saludábamos con cierta superioridad, porque nosotros íbamos hacia la cena del paso del Ecuador para organizar la gran juerga de fin de curso.
Y después de esta juerga lo dejaríamos estar, porque es mejor conocer otras personas, somos demasiado jóvenes y con demasiadas ganas de vivir y de cosas por hacer. Y se estaba una semanita un poco hecho polvo, pero a la semana ya te estaba llamando aquel con quien te has estado mirando y sonriendo en silencio durante todo el curso y que el día de la gran juerga te había preguntado:
- ¿Aún estás con ese?
Y, seguramente, quedarías un día y te irías a la cama con él, y saldrías un tiempo y después lo dejarías estar.

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