dilluns, 20 de febrer del 2012

Antropología Jurídica (X): Estudio comparativo del derecho entre la obra de Malinowski y la de A. González (V)

Otro grupo de interés son los evuzok (Camerún): las verdaderas persones evuzok tienen tres componentes: el cuerpo; el espíritu, sombra, doble inmaterial; y “evu”. Opuesto al “hombre verdadero” encontramos el “hombre de Dios”, sin “evu”, “hombre de nada”. Los tipo de “evu” (plural “bivu”) son 3: antisociales; donde predomina el componente social, controlados por la cultura, los de grandes terapeutas y adivinos; y el neutralizado por la terapia ritual de un gran especialista (es el “evu” dormido). Estos tres tipos no son estáticos.
Volviendo a Douglas, la brujería, poder antisocial ligado a poderes sociales, no se puede estudiar sólo vinculada al problema del mal, como propone esta autora. Según González, constituye una cosmología humanista, donde la fuente de poder ni es Dios ni son las cosas, porque el poder está en el hombre. Y, entrelazando los temas básicos, la obtención de alimentos, solidaridad, ejercicio del poder, persistencia del grupo, amenazados por la envidia, esterilidad, homosexualidad, aislamiento, está la omnipotencia del hombre, donde sólo hace sombra la omnipotencia de la cultura.
González cita a Malinowski[1], diciendo que hablaba de “magia negra” para referirse indistintamente a los actos “sociales” y “antisociales” de los hechiceros trobriandeses. En estos “social” y “antisocial” es donde Evans-Pritchard pone el acento y entiende que la venganza mágica del hechicero azande no se puede considerar magia maléfica, porque los azande no enfrentan hechicería y brujería. Oponiéndose a Malinowski, Evans-Pritchard separa la “magia social” de la “magia antisocial”, reservando para la antisocial “sorcery” (hechicería) y aproximándola a “witchcraft”; antes de separar el brujo del hechicero tuvo que aproximarlos, oponiéndolos al mago. En el uso de las teorías sobre la función social de la brujería a través de las acusaciones, la brujería y la hechicería azande no pueden tener la misma; no tienen en común ni la técnica ni la función; cuando se atribuye una enfermedad a la hechicería, no se pregunta al oráculo por el nombre del hechicero, sino que se identifica a través de los síntomas la medicina que la produce y se corre en busca de un antídoto. Porque aunque es cierto que la hechicería, como la brujería, explica algunas enfermedades – las inesperadas y violentas- no hay un mecanismo eficaz para contrarrestar al hechicero, como sucede con los brujos.


[1] González, 1984, pp. 69-72

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