divendres, 30 de març del 2012

Intrusos, intruders

Desde hace unos meses, a muchos conocidos les han entrado en sus casas. Unos individuos sin escrúpulos, algunos más violentos que otros, han invadido su intimidad. Les han robado, no solo materialmente, sino emocionalmente. Esta gentuza toca tus pertenencias, escoge y se apodera de lo que no es suyo sin ningún miramiento. ¿Qué más les da? Se lo quedan o lo revenden; como no les ha costado nada, pueden colocarlo al precio que quieran: saquen lo que saquen siempre será más de lo que tenían.
Sé de gente mayor que después de un robo ha necesitado tratamiento psicológico. Quizás les han quitado para siempre el recuerdo de sus parejas difuntas, o de sus hijos, o de sus padres.
Esta chusma te roba un ordenador que a lo mejor te costó un año de ahorro, o el anillo de tu primera comunión, o el reloj que te regalaron tus mejores amigos al hacer 40 años, o el cerdito que tu hijo va llenado de sus ahorros, o el sobre para pagar las clases de inglés de tus hijos, o el anillo de prometida, o la cámara de fotos que te compraste a medias con tus hermanos…
Lo peor de todo, crean una gran impotencia y rabia: no puedes hacer nada, no puedes borrar su rastro, para la policía eres uno más y tus lágrimas unas lágrimas más. Para las aseguradoras, lo mismo: uno más, y a veces una auténtica lucha para con ellas. En estos casos, poca empatía encuentras; mejor escudarse en la familia y los amigos, los únicos que te pueden arropar, los únicos que van a entender que unos delincuentes han estado fisgoneando en tus cosas, tocándolas y escogiendo las que más dinero les van a aportar. Rabia, impotencia y asco.

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