Volviendo al tema de las relaciones por Internet y de tu decepción, te reencuentras con tus amigos de toda la vida, casados y no casados, enfermos y no enfermos, con los de éxito y los que no han tenido tanta suerte. Quedas con ellos y recuerdas los sueños de juventud. Contraste de sueños, y contraste de tiempo, los cambios se han producido demasiado deprisa. En sólo veinte años te has dado cuenta que lo que deseabas a los quince no lo tienes a los treinta y cinco. Hablas de la vida, del trabajo, del amor, de la soledad. Y hay un gran tema, sobre todo entre amigas, de las que han sido madres y las que no lo han sido: ¿por qué las chicas han acabado, algunas, negando la maternidad, a pesar de que el reloj biológico más que “tic tac” hace “ding dong” y el instinto maternal no flotaba sino que golpeaba las entrañas diciendo “que no me oyes”?
Negar este instinto puede resultar caro. Puede llegar a hacer que te arrepientas... cuando ya es demasiado tarde. Coincides con conocidas que te dicen:
- Mírame. Tengo 45 años y, esperando un Príncipe Azul, me he quedado sin Príncipe y sin lo más importante en la vida: la posibilitat de tener hijos. No seas tan burra como yo. - Tú, previamente, ya te lo has hecho venir bien para sacar el tema de la inseminación artificial.
Porque siempre has querido tener hijos. Ya de pequeña te compraban el típico muñeco bebé, y tú eras su madre. Y tenías la cuna, el cochecito, el biberón y un montón de ropita. Era tu bebé. Lo despertabas por la mañana y le decías:
- Me voy al cole, no llores y pórtate bien, cuando llegue al mediodía te daré la papilla.
Le decías esto y que no tuviera miedo, que la yaya estaba en la casa, sólo tenía que salir un momento a comprar, pero volvería rápido. Y al mediodía, cuando llegabas, le dabas la papilla y dejabas durmiendo la muñeca mientras ibas a la escuela por la tarde. I cuando regresabas por la tarde, la bañabas y jugabas un rato, y después la acostabas, que tenías que hacer los deberes de clase. Bien, de aquella época siempre queda algún trauma, como cuando pedí el muñeco que hacía pipí y caca y sacaba mocos, y lo primero que hizo mi abuelo es coger el sobre que hacía que tu bebé hiciese caca y tirarlo a la basura. En fin...
Pero tu familia te hace un regalo mucho mejor que una muñeca: ¡te regala una hermanita! Y encima te dicen que necesitarán tu ayuda. No te lo puedes creer, una muñeca de verdad, de carne y huesos, con aquellas manitas y aquellos pequeños pies. Te dejan que los ayudes a bañarla, a vestirla, a darle de comer... Te olvidas de las muñecas. Tu ilusión al levantarte y al volver de la escuela es ver a tu hermanita, sacarla de paseo, acunarla, cuidarla... Es uno de los momentos más bonitos que recuerdas de tu infancia. Esperar los fines de semana, que tendrás mucho más tiempo; verla despertar y cambiarle el pañal. Bueno, de hecho esta era la parte que más malos recuerdos te traen, porque los pipís y las cacas eran de verdad pero, como te lo encomendaban tus padres, lo tenías que hacer. Más tarde ya vendría la época de pelearte con ella, de tirarse de los pelos y de hacer morros porque no querías ir vestida igual que tu hermanita. Y años más tarde será tu mejor amiga, a quien se lo explicarás todo.
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