Había una vez una jovencita, Gina, que lo tenía todo… o al menos eso pensaba la gente. Una hermosa familia, una envidiable pareja, una bonita casa… Ella lo llegó a creer, aunque en el fondo sentía que algo no iba bien. Y un buen día pasó algo terrible, sin explicación: su marido la abandonó. Se fue, sin más.
Todo su mundo se derrumbó, todos sus esquemas, todas sus ilusiones. Sobre todo una: no había sido madre. Y ella lo quiso siempre, por encima de todas las cosas. Esta espina la tenía muy, muy clavada en su interior.
Pero un buen día se levantó y se dijo:
- Ya está bien, ya basta de tanto llorar. Esto no puede seguir así. Yo siempre he sido positiva y he encontrado soluciones para todo.
Se fue al armario, cogió una maleta grande, y empezó a llenarla. Cerró el piso, cargó el coche y se fue al pueblo de sus abuelos maternos, donde había pasado gran parte de su infancia.
Su abuelo ya no vivía, pero tenía la suerte de tener a su abuela con ella aún. Cuando estaba llegando al pueblo ya empezó a animarse, pero cuando aparcó delante de la acogedora casita de su abuela, la emoción la embargó.
- ¡Abu!
Las dos se abrazaron y lloraron, tristes y felices a la vez.
Cenaron los riquísimos manjares que le tenía preparados, y después de cenar se sentaron delante de la chimenea, la abuela en la mecedora y ella con la cabeza apoyada en su regazo.
- No estés triste, mi amor. ¿Te acuerdas dónde ibas cuando eras pequeñita? Siempre te ayudaba cuando tenías un problema, y siempre tomaste la mejor decisión.
Al día siguiente, sin pensárselo, se adentró en el bosque. Como cuando era pequeña. Estaba todo igual, fue hasta el riachuelo y se sentó en su roca.
- Dejamos de hablar cuando tenía 12 años, cuando me dijiste que ya me había hecho mayor. Pero ahora te necesito, y mucho…
Cerró los ojos, escuchando su respiración, el ruido del riachuelo, el sonido del bosque en general y, de repente:
- Siempre te dije que estaría contigo cuando me necesitaras de verdad.
- ¡Hada Mery!
No se lo podía creer; estaba allí, a su lado.
- Estoy muy triste hada Mery, me siento muy desgraciada, pero con muchas ganas de luchar.
- Sé perfectamente lo que te pasa, Gina, y sólo puedo decirte lo que te he dicho siempre: escucha a tu corazón. En él encontrarás siempre las mejores respuestas. Y en este caso también puedo decirte que el azar hará que lo que más deseas se cruce en tu camino.
Agitó sus alas y se marchó, dejando a Gina con una gran paz en su interior.
Después de este encuentro decidió quedarse en casa de su abuela, al menos durante una larga temporada. No le costó mucho encontrar un trabajo en el pueblo para poder ayudar a su abuela económicamente.
Llevaba una vida muy tranquila, y no olvidaba ningún día las palabras del hada Mery.
Unos meses más tarde, al salir del trabajo, en pleno invierno, con las calles cubiertas de nieve y muy solitarias, escuchó un gemido cerca de la iglesia.
- ¿He oído un gatito?
Aguzó el oído y volvió a oír el gemido.
- ¡Dios mío! No es un gato… ¡es el llanto de un niño!
Se puso a buscar bien por los alrededores de la iglesia y, entre unos cartones, y bien envuelto en un par de mantas, había un hermoso bebé gimiendo.
Lo cogió con sumo cuidado y lo llevó al centro de urgencias más cercano. Una vez dadas las explicaciones pertinentes al equipo médico, mientras revisaban al bebé, llamó a la policía local del pueblo, para explicar todo lo sucedido. El intendente, que era amigo suyo de la infancia, corrió en seguida a donde estaba ella, y juntos esperaron el informe médico.
- Es un niño sano. Ha tenido mucha suerte que lo haya encontrado, señorita.
- Voy a seguir luchando por él, puedo darle muchas cosas, pero, sobre todo, lo más importante: todo el amor que tengo dentro de mí desde hace mucho tiempo.
Fueron meses felices y también de muchos nervios. Iba a visitar a Benjamín, que así le llamaron, siempre que los de la casa de acogida se le permitían. Al niño se le iluminaba la cara sólo de verla. Hubo mucho papeleo burocrático, entrevistas e investigaciones. Pero llegó un día, un gran día: todo estaba listo para la adopción legal de Benjamín por parte de Gina. El niño tenía ya 14 meses. Su hijo.
Fueron a casa de la abuela, bisabuela del niño, donde se había organizado una gran fiesta en honor del pequeño. Y al día siguiente, por la mañana, Benjamín y su madre se adentraron en un lugar que también deseaba conocerle: el bosque del hada Mery.
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