Hay momentos que te acuerdas de tu estado, prestas atención y la felicidad te embarga. Lo compartes con mucha gente, que se alegra por ti. No todo el mundo se alegra, no obstante. Habrá personas que no entenderán el proceso, por ignorancia, habrá que los gustaría haberlo pasado, pero que no lo hicieron cuando tocaba, habrá que no se alegrarán por otros motivos, pero que tampoco te paras a analizar. Te es muy indiferente. Tú buscas la gente con quien puedes compartir este momento, de la otra huyes. No te interesa para nada. Si hasta ahora, por una cuestión de edad, ya habías aprendido a echarte muchas cosas a las espaldas, ahora todavía más. Ya no se trata de ti.
Ahora todo gira alrededor de la personita que llevas dentro. Por esta persona tienes una actitud positiva, comes a pesar de no tener mucha hambre, te animas en momentos bajos, porque los cambios de humor son un hecho, te cuidas tanto como puedes y te vas planificando. Intentas mantener una actitud positiva en los días que no te encuentras muy bien, porque sabes que esto le hará bien. Es esta persona, después tú, después el resto. No hay más remedio que priorizar. Tus planes, la mayor parte de lo que te queda de vida, girará entorno a tu hijo o hija.
Hay momentos que reflexionas. Piensas en la suerte que has tenido, no sólo al quedarte a la primera, sino en no haber tenido problemas para quedarte. Que a pesar de tus treinta y siete años, que no eres ninguna niña, todo esté bien. La suerte de no haber tenido que empezar un ciclo de mirarte por aquí y por allá, la suerte de no haber tenido problemas ni complicaciones.
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