Otro autor a tener en
cuenta es Martinez-Pereda[1], que hace
un recorrido de la magia y el delito en España desde la Prehistoria hasta la
actualidad. Comienza preguntándose si la magia puede constituir el tan buscado
delito natural. A partir del llamado “siglo de las luces”, los códigos penales
europeos eliminaron de sus textos los títulos referentes a la brujería y a la
magia; según un autor que cita, Carrara, al perder los legisladores toda la fe
en los brujos, las leyes suprimieron los delitos de magia. Alguien que se
pensara que tenia poder y sabiduría para hacer filtros de amor, pócimas,
bebidas abortivas, etc., si fueran detectados caerían en los títulos de
envenenamiento, lesión personal, aborto provocado, etc.
El último residuo de persecución
de la magia y hechicería en los países occidentales se encuentra, aunque por
vía indirecta, como forma de estafa o infracción contra el patrimonio, o como
una infracción de policía o contra el orden público. Muchas leyes penales (de
policía) castigan el hecho de conseguir dinero mediante el tarot, leer manos…
pero brujas y brujos de hoy en día no están sometidos por el hecho de su
profesión al Código Penal, aunque haya personas que no consideran muy justa tal
excusión.
Los gobiernos europeos legislaron
en sus colonias africanas contra persecuciones de brujas y el resultado ha sido
el menosprecio de los africanos, que consideran las leyes modernas como un
estímulo para este tipo de actividades. Se ve en las leyes de Nigeria, Uganda,
Tanganika y Kenia. Incluso en América, en países de mucha población negra, los
Códigos Penales contienen formulaciones pintorescas.
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