Vamos a llamarla María. Iba a ir de colonias en unos días, pero ya no irá. Unas energúmenas, ni amigas, ni compañeras, de su edad, 11-12 años, le han empezado a llamar “gorda”. Llega cada día a su casa llorando: no quiere ir al colegio, no quiere ir de colonias.
A esta edad ya no se puede decir que no saben lo que dicen. Y tanto que lo saben, y muy bien. Quieren hacerle daño, y lo consiguen. Se creen superiores y más guapas porque están delgadas. No aceptan en su grupito de niñas tontas a las que no están delgadas. Y María no cabe en su círculo, pero no se conforman con eso, tienen que insultarla y discriminarla por un cuerpo que, seguramente, a ella hasta ahora le estaba bien. Pero a partir de ahora tendrá que luchar con su cuerpo. Si tiene la suerte de tener autoestima y una buena familia que le apoye, en poco tiempo se dará cuenta de lo idiotas que son las otras niñas. Si no, caerá en depresión, anorexia nerviosa o bulimia.
Me gustaría coger a esta niña y decirle que ella vale mucho más allá de su cuerpo. Que es una niña inteligente y guapa, y que de su cuerpo sólo tiene que preocuparse de llevar una buena alimentación y hacer ejercicio para que esté sano.
A las otras niñatas las cogería con sus familias, sobre todo con sus madres (las que obligan a sus hijas a hacer danza para que no engorden, las que pasan hambre, las que hacen comentarios sobre el cuerpo de otras niñas, las que no saben transmitir los verdaderos valores…) y les preguntaría si son conscientes del daño que están haciendo a María, que quizás sea un daño para toda la vida. Les diría que se ocupen de estudiar, que bastante mal está el mundo como para perder el tiempo con idioteces… Que ya que estudian valores en la escuela, que se los transmitan a sus padres, sobre todo a sus madres, ya que parece que estas no son capaces de actuar como tales. A veces los hijos pueden enseñar más cosas a los padres de lo que nos pensamos.